Aquello de que para presumir hay que sufrir está cada vez más demodé, pero tuvo todo el sentido hace varios siglos.
La industria del maquillaje y la cosmética no siempre ha sido la industria limpia, orgánica y beneficiosa que es hoy. Hubo un tiempo en que los venenos y las toxinas eran los ingredientes principales (y a menudo letales) de los productos cosméticos.
El precio de la belleza en el pasado
La vida, nada menos, ese podía llegar a ser el precio de tener una tez más lisa, una piel más blanca o una bonita mirada. Desde la antigüedad y hasta principios del siglo XX, mujeres y hombres untaban sus rostros y cuerpos en ungüentos tóxicos que, hoy, es más probable encontrar en un laboratorio de química. Un panorama en el que la regulación sobre los ingredientes que se usaban en los productos cosméticos, o los procedimientos de prueba rigurosos, brillaban por su ausencia. Un mundo en el que ir a la moda podía matarte.
Aun así, el desconocimiento y unas impetuosas ansias de aquello que el ser humano siempre ha buscado, la belleza, llevaron a civilizaciones antiguas y sociedades modernas a caer en el entonces letal vicio de maquillarse. Griegos y egipcios coloreaban sus ojos, pestañas y cejas con productos a base de plomo y antimonio, enormemente tóxicos y nocivos hasta el punto de alterar la piel, el tracto digestivo o causar problemas respiratorios crónicos.
También el plomo fue uno de los más polémicos ingredientes de las bases de maquillaje entre los siglos XVI y XIX. Impuesta en moda por Isabel I, el producto en cuestión se conocía como “cerusa veneciana”, “espíritus de Saturno” o simplemente “cerusa” y se fabricaba disolviendo albayalde en vinagre para crear una sustancia similar a la pintura que se podía aplicar como máscara en el rostro. ¿El resultado? Un rostro extremadamente pálido, suave y regio y un organismo que, poco a poco se envenenaba con cada aplicación.
Pero las mujeres del siglo XIX no fueron más cautas
Con una rutina que consistía en untar su cara en mascarillas de opio toda la noche y retirarlo por las mañanas con enjuagues de amoníaco. El mismo amoníaco que causa quemaduras graves en tejidos delicados. Como el cuerpo no era menos, el método de depilación de la época venía dado por el acetato de talio, un tóxico que causa envenenamiento por contacto con la piel. Tanto es así, que sus usos se extendían desde matar ratas a método de asesinato en novelas de Agatha Christie.
Pero no es que las mujeres victorianas no supieran que usaban e ingerían habitual, sino diariamente, productos tóxicos, entonces se sabía, simplemente no importaba. La moda entonces, apelaba a una mujer de aspecto débil, apariencia enferma y al límite del desvanecimiento, algo a lo que contribuyeron, tanto estética como internamente, los tónicos faciales y las obleas de arsénico que se ingerían para blanquear y definir la piel a costa de la destrucción de los glóbulos rojos y, consecuente, de la vida. El precio más caro que alguien ha pagado por ser bella.
La belleza al microscopio
No sería hasta los años 20 y 30 que se reconocería la letalidad y retirada de estos ingredientes y otros muy extendidos como el mercurio o la belladona. Y es que hasta principios del siglo XX, la mayoría de los países no tenían ningún tipo de regulación sobre los ingredientes que se empleaban en los productos, desde productos farmacéuticos hasta cosméticos, o los procedimientos de prueba rigurosos para asegurarse de que no fueran venenosos.
Desde entonces los estrictos y regulados procesos, controles y filtros a los que se enfrenta la producción de cosméticos y maquillaje nos ha brindado una belleza que no compromete la salud ni la integridad física de los consumidores. Y aunque algunos productos hayan tenido sus más o sus menos con la efectividad, reacciones adversas o tóxicos latentes, es cada vez menor y nada tienen que ver con los componentes del siglo XIX. Tal es la regulación que se ejerce sobre esta industria que, tanto los ingredientes que se emplean, como la cantidad en que están presentes se miden y controlan al milímetro, tratando de eliminarse cuando es posible. Aunque, como podemos leer en las etiquetas, se siguen empleando muchas sustancias potencialmente tóxicas o nocivas en grandes cantidades, su presencia en este tipo de productos se limita a cantidades tan ínfimas que no llegan a causar ningún efecto nocivo, aun así, incluso estas están condenadas a desaparecer en los próximos años.
La moda ahora es “clean”
Orgánico, natural, vegano, ético y libre de tóxicos. Ese es el listón que ninguna crema, champú o barra de labios debe bajar si quiere mantenerse en el podio de los más vendidos. Ya no vale con ser libre de sulfatos, parabenos, siliconas, aromas, contaminantes, etc., cuanto más naturales y limpios sean tus ingredientes mejor. Los consumidores y una lenta pero irrefrenable moda por lo orgánico en todos los aspectos han movido los límites de la aceptación de “no ser nocivo” a ser “lo más beneficioso posible”.
Muchas marcas de productos cosméticos ya han tenido que reformular algunos de sus productos para poder seguir comercializándolos y hacerlos no sólo aún más seguros, sino más aceptados entre una población cada vez más informada y concienciada sobre lo que consume y cómo le afecta. Ha sido el caso del aclamado champú de Maui o el afamado Nº3 de Olaplex que han tenido que eliminar ingredientes como la dimeticona (con efectos gastrointestinales) o el lilial (causante de infertilidad) de sus productos estrella.
Pero frente a los que se conforman con pasar los controles, en este contexto han nacido marcas como Ilia, Milk, Saie, Freshly, Lush, Youth To The People… Marcas en las que la salud, la naturalidad y la ética están por encima de la belleza, de hecho, la constituyen. La propia preferencia estética a la hora de maquillarnos se ha visto modificada hacia la naturalidad y podemos ver como los skin tints, tinted serums y tinted SPF van ocupando el lugar de las bases de maquillaje. Incluso los protectores solares se están reformulando tras descubrir sus consumidores que lo que les protegía del sol dañaba los arrecifes y perjudicaba la vida marina.
Por no hablar del compromiso sostenible y ético que están tomando tanto marcas célebres como recién llegadas al emplear packagings más ecológicos para el medio ambiente o de eliminar las pruebas cosméticas en animales.
Ha sido un viaje de siglos pero el destino ha merecido la pena. Hoy belleza es sinónimo de salud y naturalidad y, por primera vez en mucho tiempo, una moda está mejorando el mundo.
El Attelier Magazine