La multitud de responsabilidades diarias que recaen sobre las mujeres puede llevarlas a olvidar la más importante de todas, su bienestar.
Sobrepasadas por las responsabilidades de una mujer exitosa, trabajadora, buena madre y pareja, las mujeres caen en un círculo lento pero vicioso de abandono personal. Entregadas más a satisfacer las necesidades de la sociedad y la familia, que las suyas propias, muchas mujeres abandonan sus aspiraciones, cuidado y amor propio con las consecuencias a nivel físico, pero sobre todo emocional, que esto tiene y, por fin, se está demostrando con datos.
Cuando Tania Camon, life & business coach, tuvo que enfrentar de forma simultánea la segunda maternidad, con el diagnóstico de Alzheimer de su madre (y el duelo que supone una enfermedad así) además de un ascenso profesional, vivió de primera mano la tóxica abnegación de la que hablamos. No fue hasta que entendió la necesidad de priorizarse y buscar herramientas para ello, cuando empezó a mejorar ella y, como consecuencia, su entorno.
¿Puede el deseo de conciliar una vida exitosa y las responsabilidades asignadas a nuestro género desembocar en un paulatino abandono físico y/o emocional?
Puede pasar y de hecho pasa, cuando esa “vida exitosa” la valoramos en función a la mirada externa o lo que socialmente se entiende como tal (nos ponemos como meta un éxito que no es el nuestro y, por tanto, nos abandonamos por el camino). La buena noticia es que podemos evitarlo si nos preguntamos ‘¿Cómo es para mí una vida exitosa?’ Estoy convencida que en la percepción individual del éxito, para todas, el autocuidado y sentirnos bien física y emocionalmente es un pilar fundamental. Es por eso que defiendo que el autoconocimiento es la base para el bienestar personal, familiar y profesional.
¿Cuáles pueden ser esos efectos a nivel emocional?
Cuando nuestro día a día no es coherente con nuestros valores, o para aterrizarlo más, con nuestras prioridades actuales (que van cambiando a medida que nosotras lo hacemos) con mucha frecuencia nos invaden emociones de desánimo, frustración, enfado, rabia o decepción.
Ahora que se habla mucho de gestionar emociones, yo soy más partidaria de decir que tenemos que observarlas y prestarles atención. Las emociones no se deben gestionar, es decir, no debemos cortarlas o ignorarlas. Porque todas las emociones, las más agradables pero también las que no lo son tanto, nos dan información muy valiosa. Por tanto, el objetivo sería observarlas, dejarnos sentirlas y eso sí, con la información que nos dan, empezar cambios y tomar acción para no quedarnos atrapadas en ellas.
¿Puede suceder a cualquier edad y en cualquier situación?
Sí, porque en cualquier momento se puede dar esa incoherencia entre lo que realmente queremos y lo que estamos haciendo. Aunque es bastante habitual cuando llegan a nuestra vida eventos potentes que le dan la vuelta a esas prioridades, y que por tanto, nos hacen que tengamos que reajustarlas: maternidad, cuidado de personas dependientes en nuestra familia, cambios profesionales, inicio o fin de relaciones, etc.
A la vez, somos más conscientes de ellas, cuando esas nuevas responsabilidades o eventos nos hacen recolocar otras áreas de nuestra vida. De hecho, si miramos la evolución profesional de mujeres en cuanto a, por ejemplo, brecha salarial o promoción profesional, las diferencias aumentan muy considerablemente a raíz de que la mujer va asumiendo nuevos roles familiares (cosa que no pasa en el caso de los hombres). Son estas situaciones en la que sentimos una discriminación evidente, cuando desencadenamos emociones de frustración por un sentimiento de que hay que renunciar a algo, que no lo podemos tener todo.
Ante esto, por un lado es fundamental que de manera pública y coordinada reivindiquemos nuestros derechos de igualdad de oportunidades; pero esto tiene que ir acompañado de un proceso individual y personal para ajustar nuestras circunstancias a nuestras prioridades, con cambios ecológicos, que nos permitan sentir bienestar.
¿Cómo podemos identificar cuando nos está ocurriendo esto?
Yo siempre digo que es tan sencillo (y tan complicado) como escucharnos, porque nuestro cuerpo nos habla. Y empieza a hacerlo de forma respetuosa, con pequeñas llamadas de atención, que si no escuchamos, empiezan a ser gritos a los que tenemos que poner atención: vuelvo a las emociones que comentaba antes, pero también otras, como fatiga, apatía, desmotivación, falta de sueño o levantarnos cansadas, energía baja, sentirnos irascibles.
De la misma forma que ponemos toda nuestra atención cuando alguien a quien queremos muestra alguno de estos síntomas, ¿no tiene sentido parar y ponernos atención cuando somos nosotras las que nos sentimos así? Nos hemos acostumbrado a dar “patadas para delante”, justificarnos con “ya pararé o me atenderé cuando…..” (y aquí cada una sabe como terminar la frase: “termine este proyecto”, “lleguen las vacaciones”, “mis peques sean un poco mayores”,…) y esto no hace más que agravar la situación.
Durante 15 años he trabajado en el sector de la dependencia, dirigiendo una Fundación donde atendíamos a personas mayores con diferentes enfermedades neurodegenerativas. Los últimos años era alarmante como cada vez venían más mujeres a edades más tempranas a las que la dependencia o demencia les había llegado tras años de problemas de salud mental (ansiedad, estrés, depresión) no atendidas.
No es un problema menor, sino urgente, por lo que escucharnos, entender qué nos está causando estas emociones, y ponerle solución (empezando por algo tan básico como atendernos física y emocionalmente) tiene que ser un acuerdo con nosotras prioritario e innegociable. Porque prevenir siempre es mejor opción que atender enfermedades, que muchas veces, llegan a un punto de no retorno si se prolongan en el tiempo.
¿Por qué la gente confunde priorizarse con ser egoístas? ¿Cómo podemos evitarlo?
Por desgracia, tenemos una “programación” heredada que no contribuye a entender la nueva situación a todos los niveles: personal, familiar, social o profesional. El hecho de que históricamente las mujeres hayamos desempeñado las tareas reproductivas, relacionadas directamente con los cuidados y la atención del hogar, ha hecho que se entienda como una responsabilidad innata y no negociable.
Sin embargo, el hecho de que nos hayamos ido incorporando paulatinamente al sector productivo y a ocupar espacios sociales y públicos, no se ha visto correspondido con la misma entrada de los hombres en el ámbito doméstico. Antes hablaba del activismo necesario, que parte de la premisa de que el trabajo productivo no puede existir sin el reproductivo. Y que ambos son necesarios e igualmente valiosos. Estamos en el momento de reivindicar el valor que tienen los cuidados.
Pero esto no nos quita responsabilidad y aquí siempre incido mucho en que a pesar de las circunstancias y que por supuesto hay que luchar por cambios en el ámbito público, social y empresarial, tenemos la responsabilidad individual, cada una, de priorizarnos y respertarnos. Esto pasa, además del autocuidado, por rodearnos de un entorno familiar y profesional que también nos respete. Si no lo tenemos, empezar a dar los pasos necesarios para cambiarlo. No siempre podemos hacer cambios radicales, pero sí tenemos la oportunidad cada día, de hacer al menos una cosa, que nos acerque al lugar que queremos estar.
¿Qué herramientas podrían ayudarnos a afrontar esta situación?
Para poder entender nuestras emociones y utilizarlas a favor de un cambio que nos permita sentir bienestar a todos los niveles, podemos empezar por hacernos preguntas:
- ¿Cuál es la situación incómoda? Por ejemplo, pasan las semanas y no tengo ni un minuto para mí.
- ¿Cómo me hace sentir? Triste, cansada, enfadada con mi familia y/o compañeros de trabajo,…
- ¿Qué pensamientos asocio a esta situación? “Nadie piensa en mí”; “Soy una pringada”; “No le importo a nadie”.
- ¿Esto es realmente así? ¿Estoy segura al 100% de que no puedo cambiar esto?: Y tener en cuenta si has compartido con tu entorno esas emociones, si todas las tareas de las que te responsabilizas realmente las tienes que hacer tú, si los tiempos o plazos son los que tú te pones o podrían ser más amables con tu tiempo personal….
- Tras esas reflexiones: ¿Ha surgido alguna idea o posibilidad que te permita cambiar la situación?
- ¿Hay algo que pueda hacer YO de forma inmediata para cambiar mi emoción? (pero no para tapar la emoción, sino sabiendo que es y lo que la ha causado, tomar acción para que vaya pasando): Levantarme unos minutos antes para desayunar tranquila y leer unas páginas de ese libro que me apetece tanto, acostarme unos minutos después para dedicarme un tiempo en silencio, ir o volver andando a algún sitio y aprovechar para escuchar algo que me interesa, ducharme cantando a voces mi lista de reproducción favorita o bailar mirándome al espejo mientras me seco, regalarme mi comida favorita, tener una pequeña cita conmigo o con alguien que me apetece…
Puede parecer que son acciones con poca importancia, pero prolongadas en el tiempo y convertidas en hábitos, pueden llevarnos a un mejor estado emocional e incluso físico. A medida que vamos estando mejor, es más probable que podamos iniciar cambios más profundos en áreas o aspectos relevantes y relacionados con esas prioridades o estilo de vida que queremos.
¿Entonces, crees que, irónica pero efectivamente, la mejor forma de estar en condiciones de conciliar diferentes ámbitos (lejos de la creencia contraria) es dedicarse tiempo y cuidado a una misma?
Una de mis frases preferidas es que el autocuidado es un acto de generosidad, no de egoísmo. Y de forma divertida añado, que ducharse tranquila no es autocuidado, es higiene personal. Más allá de la broma, siento fundamental este cambio de mirada que tenemos que hacer, como un ejercicio básico de respeto hacía nosotras, pero también hacia las personas de nuestro entorno. Voy a intentar que se entienda con un ejemplo. Si yo no cuido a mis hijas teniendo en cuenta también la importancia de cuidarme y atenderme a mí misma, les estoy enseñando que en nuestra relación de amor una parte (yo) tiene que renunciar.
Sabemos que el aprendizaje viene principalmente de lo que nos ven hacer, no de lo que nos escuchan decir. Por tanto, cuando ellas crezcan, buscarán desde el ejemplo que han visto en casa, en el mejor de los casos (y si son mujeres fuertes) relaciones en las que sigan siendo cuidadas sin renunciar. Pero si esto no se diera, entenderán como natural que no pasa nada por ser ellas las anuladas, renunciando para cuidar o atender a otras personas, priorizándolas respecto a ellas y en todos los ámbitos (familiar y profesional).
Ninguna de las dos posibilidades es buena. Por tanto, el mensaje que tenemos que transmitir, pero sobre todo, que tenemos que interiorizar y vivir es que cuidar es amar y es recíproco. Y que tan importante como el intercuidado (cuidar a otras personas) es el autocuidado.
Este 23 de marzo es el día de la conciliación, celébralo reconciliándote contigo misma.
El Attelier Magazine