Nuestras madres se mueren de ganas por ser abuelas. No sabemos si a la tuya, pero a las nuestras les decían de pequeñas que si pelaban la manzana del tirón (una tira entera de toda la piel) ya estaban preparadas para casarse (¡como premio!). Por costumbre, como gracia o “por si acaso” también nos lo decían a nosotras. ¿Y cuántas otras de estas te has tenido que tragar en las últimas reuniones familiares?
Al ir creciendo, fuimos recibiendo otros mensajes de sabiduría que nos decían que fuéramos fieles a nuestro instinto, que no nos conformáramos con cualquiera. Que viviéramos. Qué nos divirtiéramos. Que viajáramos. Que explotáramos de risa. Está quien cree que si teniendo 30 aún no nos hemos casado es porque somos insoportables, demasiado modernas, o “raritas” (significando esto vete a saber qué).
Otros nos posicionan como mujeres empoderadas, independientes, fuertes, con una sexualidad disfrutona, labios rojos, casa decorada súper chic y una copa de vino en la mano como si de una extensión de nuestro cuerpo se tratara.
Pero claro… Resulta que nos miramos al espejo y sentimos que somos un fracaso para las dos versiones creadas y estereotipadas por la sociedad. Ni estamos casadas ni tenemos vino en casa (porque vivimos a dieta y leímos por ahí que el alcohol retiene líquidos, cosa que olvidaremos en nuestra primera noche post-pandemia), ni tenemos el Tinder que echa humo. Es más, ni siquiera pelamos la manzana (por pereza y porque la piel tiene mil nutrientes).
Por favor, que alguien nos autorice para que en nuestro DNI ponga de segundo nombre Fracaso, ¡gracias! Con todo este panorama ¡como para no volverse locas! Nos reímos y nos agobiamos y nos volvimos a reír hasta que por fin lo entendimos todo. ¡No va de los demás! ¡no va de cómo pelamos la fruta! ¡de cuánto vino tengamos en nuestra vinoteca! o ¡de si nos casamos vivimos con un gato!
La vida va de tres cosas. ¿Preparada? Uno: Va de que los demás digan lo que les dé la gana. Dos: Va de nuestra capacidad de filtración de sus mensajes y Tres: ¡Va de nosotras! Oh, ¡vaya novedad! Estarás pensando.
Ok. No te dijimos nada nuevo. Pero si te hiciéramos un examen sorpresa ahora mismo sobre ¿qué tan tranquila vives tu vida sin ese runrun del qué dirán?; ¿apruebas o suspendes? (deseamos que estés leyendo esto mientras llueve mucho, apoyas tu cabeza en la ventana mientras sostienes un copazo de vino y tus ojos se ven vidriosos. Por eso de darle punch al mensaje).
Limpia tus lágrimas. Tenemos que decirte una cosa más: tu entorno quiere que seas feliz. Pero feliz desde su percepción de vida. Feliz desde lo que ellos entienden que es lo correcto. Por ello, tienes a tu amiga Laura que quiere que te cases con Pedro “porque es majo, te quiere y te puede dar estabilidad. A parte de que ya va siendo hora de que sientes cabeza“; a tu sobrina que te ve como la tía guay que trabaja desde casa (aunque no entiende por qué en el Tinder filtras por tíos y no pruebas más cosas) y a los carteles publicitarios diciéndote: ¡empodérate de una vez!
¿Qué más da las etiquetas? ¿Por qué antepones la opinión ajena si cuando llegas a casa te sientes triste? Tú eliges si pelas la manzana o te la comes con piel. Eso sí. Si usas etiquetas recuerda que sean eco, bio, sostenibles y cuquis para la foto ¡jaja!
Por Ximena Duyos
El Attelier Magazine
Artículo publicado en el nº2 de la revista El Attelier Magazine